

Autora: Vanliz Vega Encinas
¿GRITAR O CALLAR?
Imaginemos que un día el mundo ha despertado con la aterradora noticia de que alrededor de mil millones de niños, niñas o adolescentes han sido infectados con una nueva enfermedad cuya cura nadie conoce, y las consecuencias que trae podrían llegar a provocar enfermedades o trastornos mentales, enfermedades infecciosas y problemas sociales. ¿Me creerían si les dijera que esta enfermedad existe? Pues efectivamente esta enfermedad existe, y aunque ningún país se ha declarado en estado de emergencia por la misma, es la realidad que viven miles de niños, niñas y adolescentes alrededor del mundo y se trata de aquello a lo que conocemos tan comúnmente como “violencia”.
“Han encontrado muerto a un menor a manos de su padre”, “Arrestan a mujer por haber torturado a su hijo”, “Se encontró a un bebé recién nacido en el baño de un hospital”. Algunos de los titulares con los que tristemente nos hemos ido familiarizando por su frecuencia y consecuentemente los hemos ido normalizando.
Contamos con la evidencia e información suficiente para llegar a la comprensión de que la violencia hacia los niños y niñas menores de 18 años es sinónimo de atentar contra el futuro de nuestra sociedad. Pero, ¿Por qué? Es decir, ¿Realmente creen que los niños son tan importantes como para afectar tanto el futuro?
Un niño es un ser indefenso sujeto a la voluntad de los adultos de su entorno, desconoce de la realidad del mundo y eso lo pone en una posición de riesgo alta a ser maltratado de alguna forma. La violencia hacia los miembros más vulnerables de la sociedad, tiene consecuencias catastróficas que desembocan en diversos problemas sociales y de salud. Estas consecuencias claramente afectan al desarrollo normal del niño, afectándolo tanto a nivel físico y psicológico dependiendo el caso.
¿Cuántas veces han oído que una niña ha sido abusada por su padre, o que un niño era brutalmente golpeado al llegar a su casa? Se supone que todas las niñas y niños deberían tener un lugar seguro, un refugio, un espacio en el que se sientan protegidos, pero ¿Qué pasa realmente?
Una significativa mayoría de los casos de violencia se suscitan en el núcleo de la familia teniendo esto un reflejo negativo de gran alcance en el menor afectado y dejando profundas secuelas y traumas. Sin embargo, no es el único medio en el que la violencia puede tener lugar, también es posible que ocurra en los centros de estudios u otros lugares en los que se supondría que el niño debería estar seguro.
Es imposible que un ser humano aún en proceso de formación termine ileso de un hecho traumático como lo es una situación de violencia, las víctimas de la catastrófica enfermedad de la que estamos hablando muchas veces son incapaces de establecer o mantener relaciones afectivas. Esta enfermedad llega a arrebatarles la confianza en su núcleo, un círculo en el que podrían sentir seguridad y bienestar.
Pero esto va mucho más allá. Cuando crezcan y crean que son libres, que ya no hay nada que pueda lastimarlos o herirlos, aparecerá la sombra de aquello de lo que no pudieron escapar cuando eran solamente niños, de aquello que les quitó su inocente sonrisa. Se les dificultará establecer vínculos sanos y positivos, sentirán una constante vulnerabilidad, por lo que preferirán mantenerse al margen de quienes los rodean y esa sombra se quedará ahí siempre.
La violencia como tal tiene un gran alcance, y al estar hablando de niños y niñas cuya crianza no se podría describir como una crianza con ternura, son muy propensos a sufrir problemas de autoestima, lo que a su vez puede generar diversas consecuencias, como buscar la aprobación externa de manera excesiva; o esperar una mala apreciación de alguien más para afianzar el concepto negativo que tienen de sí mismos; aumento de síntomas depresivos por la mayor cantidad de pensamiento negativos. A menudo pueden experimentar sentimientos de inferioridad o inutilidad. También pueden mostrarse tímidos y miedosos, o por el contrario hiperactivos buscando llamar la atención.
En algunos de los casos en los que uno de los padres es el perpetrador de la violencia hacia un menor, es porque en su infancia experimentó un trato similar y repite los patrones de comportamiento con los que fue tratado.
Según el sitio de la Oficina de la Salud para la Mujer en Estados Unidos, los niños y niñas que vienen de familias en las que uno de los padres ha sido víctima de abuso suelen ser temerosos y ansiosos, por este motivo posiblemente se encuentren expectantes casi todo el tiempo, invadidos por la incertidumbre de cuándo vendrá el próximo episodio de violencia. En específico, este aspecto tiene variaciones importantes según la edad, por ejemplo, en las víctimas que se encuentran en edad preescolar los comportamientos que suelen tener son característicos de cuando eran más pequeños, como chuparse el dedo o mojar la cama. También se pueden presentar problemas para dormir, ocultamiento, tartamudeo y pueden aparecer indicios de ansiedad severa de separación.
En el caso de los escolares la principal característica que presentan es sentir inminente culpa por el abuso que se le es dado, no suelen tener interés en participar en actividades escolares y tienen un mal desempeño escolar, al igual que los adolescentes.
Hay distintos tipos de violencia, pero las más comunes en la infancia y juventud son violencia física y psicológica; al recibir castigos físicos sienten el temor elevado al grado máximo, este sentimiento se apodera de ellos segundos antes de recibir el golpe, después de recibirlo no solamente sienten el dolor físico, sino también dentro de ellos crece una gran impotencia que surge luego de darse cuenta lo pequeños y frágiles que son al lado de su agresor.

¿Cómo puede ser que tantos niños pasen por esto día tras día? La respuesta es bastante simple, pero a la vez alarmante. Dado que en la naturaleza del ser humano se encuentra la adaptabilidad, estos pequeños y pequeñas recurren a mecanismos para poder afrontar su realidad, mecanismos como la obediencia extrema o comportamientos violentos. En cualquiera de los dos casos el individuo se sigue manteniendo en el círculo inacabable de la violencia.
¿Qué tan lejos llegan los desastres que deja a su paso la violencia? Estas experiencias trascienden a los demás aspectos de la vida del menor afectado, ámbitos como la escuela y comunidad en general. Las niñas, niños y adolescentes aprenderán a enfrentar los problemas con violencia, aplicando esta forma de resolución a todos los aspectos de su vida futura, teniendo como resultado una sociedad violenta.
Los seres humanos construimos nuestro pensamiento a partir del lenguaje. En este proceso los vínculos familiares son fundamentales al momento de ir aprendiendo palabras y construyendo significados. Al darse esto en un contexto afectivo, niños, niñas y adolescentes confían en aquellos que sus padres o cuidadores les dicen, por lo tanto, si se utilizan palabras hirientes y humillantes para educarlos o ponerles límites, pensarán que estas palabras realmente los definen como seres humanos.
Muchas madres y padres utilizan los golpes y los insultos como un medio de enseñanza, de hecho, es un tema muy controversial, pero ¿Qué tan efectivo creerían que es usar la violencia para educar?
La violencia física o psicológica no enseña a los niños a “portarse bien”, solo evita el castigo. En este camino las niñas, niños y adolescentes lo único que aprenderán será aquello que tienen que hacer para no ser castigados o para no hacer enojar a una persona adulta. La exposición a este tipo de situaciones violentas puede llegar a alterar el desarrollo fisiológico del cerebro y repercutir en el crecimiento físico, cognitivo, emocional y social de la víctima.
El hecho de que una víctima esté tan familiarizada con un ambiente violento hace que tome como aprendizaje que la violencia es un modelo válido para resolver los problemas y puede reproducirlo.
La violencia, es ese detonante que se activa con tanto poder, va matando a todo aquel que se atraviesa en ella, sin embargo, es necesario preguntar ¿Cómo enfrentamos a esos enemigos silenciosos?
Los seres humanos, aunque no tienen una alegría eterna, tienen momentos en los cuales pueden resguardarse del dolor que les ocasiona el maltrato, como momentos en familia, con los amigos o realizando actividades de su total preferencia para encontrar una distracción, la cual les permita olvidar aquellos recuerdos no deseados, pero ¿Por qué nos lamentamos y no hacemos algo para prevenir el maltrato infantil? Las personas no deben sumergirse en el dolor y menos desahogarse con los niños.
El maltrato infantil como se había mencionado anteriormente es un problema mundial con graves consecuencias que pueden durar toda la vida. Se generan alteraciones en la salud mental y física que perduran toda la vida, y sus consecuencias a nivel socioprofesional pueden en última instancia, ralentizar el desarrollo económico del país. Más allá de las consecuencias sanitarias y sociales, el maltrato infantil tiene un impacto económico que abarca costos de la hospitalización, tratamientos por motivos de salud mental y los costos sanitarios a largo plazo.
A nivel mundial, 1 de cada 2 niñas y niños de entre 2 y 17 años sufre algún tipo de violencia cada año. Según una revisión global, se estima que el 58% de las niñas y niños en América Latina y el 61% en América del Norte sufrieron abuso físico, sexual o emocional en el último año.
Ante esto, las alarmas siguen intensificándose, los casos en aumento, las tragedias son tan evidentes que lo que queda pensar es ¿Cómo enfrentamos a este mal?, ¿Qué hacer desde el lugar al que pertenecemos?, ¿Será solo una cuestión de leyes o esto va más allá? …
Desde todos los puntos de vista, la violencia infantil es aquella enfermedad de la que el mundo necesita librarse urgentemente, pero esto solo será posible si se tiene un trabajo conjunto y homogéneo
Para abordar este tema se necesita de un enfoque multisectorial que trate los determinantes sociales de la violencia.
Podemos trabajar para contrarrestarla, para ello es necesario sensibilizar sobre la necesidad de acciones para reducir la violencia contra las niñas y los niños, proporcionar orientación técnica y apoyo a los países para desarrollar la capacidad de prevención y respuesta basada en evidencia, fortalecer las alianzas entre los programas de salud, sectores y partes interesadas en los esfuerzos integrales en contra de esta.
Es importante comenzar a fomentar en los niños valores éticos y morales, siendo capaces de establecer normas de convivencia.
Es necesario ser conscientes a la hora de hablar y tratar a los niños que son especialmente vulnerables y frágiles.
El ser humanos tiene que aprender a ser capaz de controlar la ira y la agresividad de forma adaptativa y correcta. El control de las emociones es fundamental para generar relaciones positivas. Entre más aprendamos a manejar nuestro carácter a analizar lo que somos y lo que mostramos a los demás, nuestra personalidad se va cimentando a un autoconocimiento que demarca el aprendizaje de reconocer las cuestiones que suelen ser productivas –benéficas de aquellas que fomentan un clima de destrucción.
La cuestión no es solo de pocos, es de todos. Desde que nacemos y mucho antes estamos expuestos a ser educados y recibimos la influencia del medio al cual pertenecemos, es por eso, que la calidad formativa que recibamos se convierte en un elemento que forja la personalidad, pero si esto queda suelto, las consecuencias suelen ser desastrosas. ¿Qué y cómo estamos formando?, ¿Cómo se corrompe el ser humano?, ¿Por qué una persona puede convertirse en una bestia, en un monstruo temible, cruel y despiadado al que no le importa destruir lo que lo rodee?
Es de suma importancia desarrollar en los niños la capacidad de empatía para ser capaz de ponerse en el lugar del otro y comprender que nuestra conducta o actitud puede provocar sufrimiento en el otro.
Además de nuestro trabajo; como sociedad también es fundamental la intervención de las autoridades competentes en la implementación de leyes y vigilancia del cumplimiento de las mismas, leyes específicas que prohíban el castigo violento a menores de edad por parte de sus padres o cuidadores, leyes en las que el abuso sexual sea penalizado al igual que la explotación infantil.
Tratar con padres, madres y cuidadores dándoles apoyo por medio de visitas domiciliarias, grupos en el entorno comunitario, o por medio de programas integrales.
Son importantes los enfoques de asesoramiento y terapia, detección de casos en combinación con intervenciones, programas de tratamiento para delincuentes juveniles den el sistema de justicia penal, intervenciones de acogimiento familiar, con participación de los servicios de bienestar social.
Siendo la educación el recurso más importante y el arma más valiosa que el ser humano podría tener, es prioridad aumentar el acceso de los niños, niñas y adolescentes a una educación eficaz y equitativa en cuanto a género, aprendizaje social y emocional, la creación de un entorno escolar seguro y propio, mejoramiento del conocimiento de los niños acerca de los abusos sexuales y cómo protegerse de ellos, formación en aptitudes sociales y para la vida, programas dirigidos a los adolescentes para la prevención de la violencia de pareja.
Es nuestro deber como sociedad facilitar a las niñas, niños y adolescentes: bienestar físico, afectivo, emocional, educativo, social. Velar por sus derechos e intereses; darles la oportunidad de expresarse y que se sientan comprendidos emocionalmente.

Nuestra sociedad en general y cada uno como individuo tenemos como tarea proteger y proporcionar a los pequeños un ambiente seguro, afectivo, adaptativo y estructurado. Así garantizaremos un adecuado desarrollo psicoevolutivo del niño y una infancia feliz.
Imaginemos por última vez, que despertamos y la enfermedad se ha ido; que ningún niño está infectado ahora, que ya no hay lágrimas silenciosas ni gritos ahogados; que en vez de eso solo escuchas a lo lejos cientos de niños riéndose con dulzura, jugando entre ellos con inocencia… siendo niños. ¿Te gusta lo que acabas de imaginar?, entonces, ¿Qué esperas para actuar? …porque es mejor reír que sufrir o callar.

Vanliz Vega Encinas
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